Escucho la nueva canción de la grandísima Rachel Yamagata y pienso; imagínate por un segundo ser un elefante. Un ser enorme, de grandes orejas. Un animal respetado y tranquilo, que siempre viaja en grupo con una organización matriarcal. Un paquidermo de avanzadas facultades de socialización y de grandes capacidades cerebrales. Un ser vivo que es capaz de saber la ubicación exacta de sus pares. Exacta. Este mal o bien se debe a su olfato y a su capacidad de memorización. A través de su potente sentido del olfato, el elefante buscará a cada uno de sus compañeros y utilizando su prodigiosa memoria, realizará lo que es conocido como un mapa mental que le brindará una noción exacta de su ubicación y de la distancia que los separa. Un animal destinado a siempre recordar. A no poder desligarse. Un ser unido de por vida a ciertos acontecimientos, anclandolo a un pasado. Un ser que por su capacidad memorística, olfato y espeluznante memoria realmente nunca llega a obviar ni olvidar. Oscilo entre la envidia y la aflicción, pero creo que esta vez no daré la razón a la madre naturaleza y me decantaré por esta última. Poder olvidar es un jodido bálsamo. Un jodido bálsamo necesario para no reivinidicar día tras día algo que pudo ser troncal en un momento, pero que puestos a ser certeros con la cruda realidad, no era procedente de ningún otro lado más que de la ilusoria manía que tenemos de creer en lo que queremos creer, y no en lo que realmente hay. Cuando te encuentras de bruces con los hechos factibles, es necesario de una capacidad de olvido para poder desquebrajar aquello que se construyo como precepto de realidad y que no era. Si no pudiesemos olvidar, no podriamos avanzar. Sin avance posible, no habría espacio para el perdón. Y si el perdón no llegase, no habría cura para la más corrosiva de las enfermedades: El sentimiento arraigado y tenaz del rencor.
Suena: Rachel Yamagata - Elephants